sábado, 27 de enero de 2007

FRIEDRICH NIETZSCHE




¿QUÉ SIGNIFICA CONOCER?.
Non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere, dice Spinoza con aquella sencillez y elevación que le caracterizaban. Este "intelligere", ¿ qué es, en último termino, en cuanto forma por la cual los otros tres se nos hacen sensibles de un solo golpe ? . ¿ El resultado de varios instintos que se contradicen, del deseo de burlarse, de quejarse o de maldecir ?. Antes que sea posible el conocimiento es preciso que cada uno de estos impulsos adelante su opinión incompleta sobre el objeto o el acontecimiento : entonces comienza la lucha de estos juicios incompletos , y el resultado es a veces un término medio , una pacificación , una aprobación de los tres lados , una especie de justicia y de contrato , pues por medio de la justicia y del contrato todos esos impulsos pueden conservarse en la existencia y guardar al mismo tiempo su razón . Nosotros que no encerramos en nuestra conciencia más que las huellas de las últimas escenas de reconciliación, los definitivos arreglos de cuentas de este largo proceso , nos figuramos por consiguiente , que "intelligere" es alguna cosa conciliatoria , justa , buena ; algo esencialmente opuesto a los instintos , mientras que en realidad no es más que una cierta relación de los instintos entre sí . Durante largo tiempo se ha considerado al pensamiento conciente como el pensamiento por excelencia ; sólo ahora comenzamos a entrever la verdad, es deci r, que la mayor parte de nuestra actividad intelectual se realiza de una manera inconsciente y sin que nos demos cuenta; pero yo creo que esos impulsos que luchan entre sí sabrán muy bien hacerse perceptibles y hacerse daño "recíprocamente". Puede suceder que este formidable y repentino agotamiento de que se ven atacados todos los pensadores tenga aquí su origen (el agotamiento sobre el campo de batalla) . Si , quizá haya en nuestro interior heroísmos ocultos en lucha , pero ciertamente nada de divino , nada que repose eternamente en sí mismo , como pensaba Spinoza . El pensamiento consciente , y sobre todo el de los filósofos , es la menos violenta , y por consiguiente , también relativamente , la más dulce y la más tranquila categoría del pensamiento ; y por esto le sucede tantas veces al filósofo que se engañe sobre la naturaleza del conocimiento.

DE "EL GENIO DE LA ESPECIE".
El problema de la conciencia (para ser más exactos : del llegar a ser consciente-de-sí-mismo) se nos presenta sólo cuando comenzamos a comprender en qué medida podríamos prescindir de ella : y a este principio del comprender nos llevan hoy la fisiología y la historia de los animales (ciencias, éstas, que han tenido así necesidad de dos siglos para alcanzar la sospecha que cruzara por un momento la mente de Leibniz) . Podríamos , efectivamente , pensar , sentir , querer , recordar , podríamos igualmente «obrar» , en todos los sentidos de la palabra , y pese a todo ello no tendríamos necesidad de "entrar en nuestra conciencia" (como se dice imaginativamente) . La vida entera sería posible sin que lográramos vernos , por así decir , en el espejo : en efecto , aún hoy la parte de esta vida que se destaca muy por encima de los demás se desarrolla en nosotros sin tal reflejo - y sin duda también nuestra vida reflexiva , sensitiva , volitiva , por más ofensivo que pueda resultarle a un antiguo filósofo . ¿ Para qué sirve una conciencia en general , si en esencia es superflua ? . Pues bien , si se quiere prestar oídos a mi respuesta a tal pregunta y a su suposición , tal vez extravagante , me parece que la sutileza y la fuerza de la conciencia se encuentran siempre en relación con la capacidad de comunicación de un hombre (o de un animal) y que la capacidad de comunicación se encuentra , por otra parte , en relación con la necesidad de comunicación: no se debe entender esta última como si justamente el individuo mismo , que es maestro en la comunicación y en hacer comprensibles sus necesidades , debiera al mismo tiempo , incluso para sus necesidades , contar con los otros de manera rápida y sutil , existe al final un exceso de esta fuerza y arte de la comunicación , una facultad -por así decirlo - que se ha potenciado gradualmente y que espera ahora sólo un heredero que haga pródigo uso de ella (los denominados artistas son esos herederos , y del mismo modo los predicadores , los oradores , los escritores : todos los hombres que llegan al final de una larga cadena , "nacidos con retraso" -en el mejor sentido - cada vez y, como se ha dicho , disipadores por naturaleza) . Suponiendo que esto sea justo , es lícito que yo suponga que la conciencia en general se ha desarrollado sólo bajo tal presión de la necesidad de comunicación , que haya sido al principio necesaria y útil sólo entre hombre y hombre (en particular entre quien manda y quien obedece) , y sólo en relación con el grado de esta utilidad se haya , además , desarrollado . La conciencia es propiamente sólo una red de conexión entre hombre y hombre -sólo en cuanto tal se ha visto obligada a desarrollarse : el hombre solitario , el hombre ave de rapiña no habría tenido necesidad de ello . El hecho de que nuestras acciones , pensamientos , sentimientos , movimientos sean también objeto de conciencia - una parte de ellos al menos - es la consecuencia de una terrible "necesidad" que ha dominado durante largo tiempo al hombre : siendo el animal que en mayor peligro se encuentra , tuvo necesidad de ayuda , de protección ; tuvo necesidad de sus semejantes , tuvo que expresar sus necesidades , saber hacerse entender , y para todo esto necesitó en primer lugar ,"conciencia", necesitó también "saber" lo que le faltaba, "saber" cómo se sentía, "saber" lo que pensaba . Pues , lo repito una vez más , el hombre , como toda criatura viva , piensa continuamente , pero no sabe ; el pensamiento que llega a ser consciente es por tanto su parte más pequeña , y digamos sin temor que la parte más superficial y peor : en efecto , sólo este pensamiento consciente se determina en palabras , o sea en signos de comunicación , con lo que se revela el origen de la conciencia misma . En pocas palabras , el desarrollo de la lengua y el de la conciencia (no de la razón, sino sólo de su devenir autoconsciente) van de la mano . Agréguese , además , que no sólo el lenguaje sirve de puente entre un hombre y otro , sino también la mirada , la presión, la mímica : el hacerse conscientes en nosotros mismos nuestras impresiones sensibles , la fuerza de poder fijarlas y ponerlas , por así decirlo , fuera de nosotros , todo ello ha ido creciendo en la medida en que ha progresado la necesidad de transmitirlas a otros mediante signos . El hombre inventor de signos es al mismo tiempo el hombre más agudamente consciente de sí : sólo como animal social el hombre aprendió a hacerse consciente de sí mismo y es lo que aún sigue haciendo ahora , lo que hace cada vez más . Como se ve , mi pensamiento es que la conciencia no pertenece propiamente a la existencia individual del hombre , sino más bien a lo que hay en él de naturaleza comunitaria y gregaria ; que - como se desprende de todo esto - se ha desarrollado sutilmente sólo en relación con una utilidad comunitaria y gregaria ; y que en consecuencia cada uno de nosotros , con la mejor voluntad de comprenderse a sí mismo del modo más individual posible , de "conocerse a sí mismo", sin embargo hará siempre objeto de conciencia sólo lo no individual , lo que en sí mismo es exactamente su "medida media"; que nuestro mismo pensamiento , por así decirlo se adecúa a la mayoría continuamente y es reformulado en la perspectiva del rebaño por obra del carácter de la conciencia , del "genio de la especie" que impera en ella . Todas nuestras acciones son , en el fondo , incomparablemente personales , únicas , desmedidamente individuales , sin duda ; pero apenas las traducimos en la conciencia, ya no parecen serlo... Éste es el verdadero fenomenalismo y perspectivismo como yo lo entiendo : la naturaleza de la conciencia animal implica que el mundo de que podemos tener conciencia es sólo un mundo de superficie y de signos , un mundo generalizado , vulgarizado ; que todo lo que se hace consciente se convierte por eso mismo en chato , exiguo , relativamente estúpido , genérico , signo , señal distintiva del rebaño ; que a cada momento de la constitución de la conciencia se vincula una enorme , fundamental alteración , falsificación , reducción a la superficialidad y generalización . El desarrollo de la conciencia no carece , por último , de peligros y quien vive entre los hiperconscientes europeos sabe también que es una enfermedad . No es , como puede adivinarse , la oposición entre sujeto y objeto lo que me importa : dejo tal distinción a los teóricos del conocimiento , que se han quedado prendidos en los lazos de la gramática (la metafísica popular) . Ni siquiera me interesa el contraste entre "cosa en sí" y fenómeno , puesto que estamos bastante lejos de "conocer" bastante como para poder llegar sólo hasta esa distinción . No tenemos ningún órgano para el conocer , para la "verdad": "sabemos" (o creemos , o nos imaginamos) precisamente lo que puede ser ventajoso que sepamos en interés del rebaño humano , de la especie , e incluso lo que se llama aquí "ventaja" no es , finalmente , más que una creencia , una imaginación , y tal vez exactamente esa funestísima idiotez por la que un día correremos a nuestra ruina.»

FUENTE : www.nietzscheana.com.ar/textos.htm

viernes, 26 de enero de 2007

PLATON







Mito o Alegoría de la Caverna

Mito con el que Platón describe nuestra situación respecto del conocimiento: al igual que los prisioneros de la caverna que sólo ven las sombras de los objetos, nosotros vivimos en la ignorancia cuando nuestras preocupaciones se refieren al mundo que se ofrece a los sentidos. Sólo la filosofía puede liberarnos y permitirnos salir de la caverna al mundo verdadero o Mundo de las Ideas.
En el libro VII de “República” (514a-516d), Platón presenta el mito de la caverna. Es, sin duda, el mito más importante y conocido de este autor. Platón dice expresamente que el mito quiere ser una metáfora “de nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de educación”, es decir, sirve para ilustrar cuestiones relativas a la teoría del conocimiento. Pero tiene también claras implicaciones en otros dominios de la filosofía como la ontología, la antropología e incluso la política y la ética; algunos intérpretes han visto también implicaciones religiosas. La descripción del mito tal y como lo narra Platón en “República” se articula en varias partes:
1. Descripción de la situación de los prisioneros en la caverna.2. Descripción del proceso de liberación de uno de ellos y de su acceso al mundo superior o verdadero.
*
I. DESCRIPCIÓN DE LA SITUACIÓN DE LOS PRISIONEROS
Nos pide Platón imaginar que nosotros somos como unos prisioneros que habitan una caverna subterránea. Estos prisioneros desde niños están encadenados e inmóviles de tal modo que sólo pueden mirar y ver el fondo de la estancia. Detrás de ellos y en un plano más elevado hay un fuego que la ilumina; entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto al borde del cual se encuentra una pared o tabique, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima de él, los muñecos. Por el camino desfilan unos individuos, algunos de los cuales hablan, portando unas esculturas que representan distintos objetos: unos figuras de animales, otros de árboles y objetos artificiales, etc. Dado que entre los individuos que pasean por el camino y los prisioneros se encuentra la pared, sobre el fondo sólo se proyectan las sombras de los objetos portados por dichos individuos. En esta situación los prisioneros creerían que las sombras que ven y el eco de las voces que oyen son la realidad.
*
II. PROCESO DE LIBERACIÓN DEL CAUTIVO
*A. Subida hacia el mundo exterior: acceso hacia el mundo verdadero.
1. En el mundo subterráneo. Supongamos, dice Platón, que a uno de los prisioneros, “de acuerdo con su naturaleza” le liberásemos y obligásemos a levantarse, volver hacia la luz y mirar hacia el otro lado de la caverna. El prisionero sería incapaz de percibir las cosas cuyas sombras había visto antes. Se encontraría confuso y creería que las sombras que antes percibía son más verdaderas o reales que las cosas que ahora ve. Si se le forzara a mirar hacia la luz misma le dolerían los ojos y trataría de volver su mirada hacia los objetos antes percibidos.
2. En el mundo exterior. Si a la fuerza se le arrastrara hacia el exterior sentiría dolor y, acostumbrado a la oscuridad, no podría percibir nada. En el mundo exterior le sería más fácil mirar primero las sombras, después los reflejos de los hombres y de los objetos en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y la luz de los astros y la luna. Finalmente percibiría el sol, pero no en imágenes sino en sí y por sí. Después de esto concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años, que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto. Al recordar su antigua morada, la sabiduría allí existente y a sus compañeros de cautiverio, se sentiría feliz y los compadecería. En el mundo subterráneo los prisioneros se dan honores y elogios unos a otros, y recompensas a aquel que percibe con más agudeza las sombras, al que mejor recuerda el orden en la sucesión de la sombras y al que es capaz de adivinar las que van a pasar. Esa vida le parecería insoportable.
*B. Regreso al mundo subterráneo, exigencia moral de ayuda a sus compañeros.
1. Confusión vital por la oscuridad de la caverna. Si descendiera y ocupara de nuevo su asiento tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, sería incapaz de discriminar las sombras, los demás lo harían mejor que él, se reirían de él y dirían que por haber subido hasta lo alto se le han estropeado los ojos y que no vale la pena marchar hacia arriba.
2. Burla y persecución. Si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz se burlarían de él, lo perseguirían y lo matarían.
FUENTE:

Aciago Demiurgo ...(E.M.Cioran)







Demiurgo fue el nombre que Platón dio al creador. En una de sus entrevistas Cioran comenta que "Me he interesado mucho por la Gnosis, eso desde luego. El resultado fue un librito, El aciago demiurgo, cuyo título alemán, Die verfehlte Schöpfung ("La creación errada") me gusta. Al Creador sólo podemos imaginarlo maligno o, como máximo chapucero." (Cioran: Conversaciones. Tusquets) Los gnósticos, o filósofos de la Gnosis vivieron en los siglos II y III y se enfrentaron al problema de la existencia conjunta del Mal en el Mundo y un Creador Bueno y Omnipotente en el Cielo con mucha mayor honradez que el cristianismo. Tanto para los gnósticos como para Cioran el cristianismo se envileció al mentir culpando del Mal en el Mundo al hombre, al pecado original. Cioran y los Gnósticos creen que el problema está más arriba: o bien Dios es omnipotente y malvado o bien es bueno pero algo chapucero. En ocasiones Cioran se inclina por la hipótesis de un Dios malvado de instintos malignos. Las conclusiones éticas de los Gnósticos iban desde el libertinaje al ascetismo. Es decir, si la creación entera es un error todo lo que hagamos aquí abajo carece de importancia, todo está permitido. O también, si la creación es el producto de una necedad debemos hacer lo posible por destruirla: jamás y de ningún modo procrear, continuar con esta aberración que es la humanidad. Y en lo posible desaparecer cuanto antes.

El libro es una mezcla de prosa y aforismos. La prosa de Cioran no es la prosa de Nieztsche: le falta levedad e ironía. En general, es clara y correcta, pero no anima a la relectura como sí lo hace su maestro. A su lado destacan mucho sus aforismos: algunos, como los de Nietzsche, con sus exageraciones y sus golpes de efecto, son como un puñetazo en la cara.

A continuación unas pequeñas anotaciones que muestran lo dicho hasta ahora:
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El demonio es el representante, el delegado del demiurgo, cuyos asuntos administra aquí abajo. Pese al prestigio y al terror unidos a su nombre, no es más que un administrador, un ángel degradado a una tarea baja, a la historia .
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Seríamos con toda seguridad muy diferentes si la era cristiana hubiera sido inaugurada por la execración del creador, pues el permiso de abrumarle no hubiese dejado de aliviar nuestra carga y de volver así menos opresores los dos últimos milenios. La Iglesia, al rehusar incriminarle y adoptar las doctrinas a las que no repugnaba hacerlo, iba a comprometerse en la astucia y la mentira .
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No es tanto el apetito de vivir lo que se trata de combatir como el gusto por la "descendencia". Los padres, los progenitores, son provocadores o locos. Que el último de los abortos tenga la facultad de dar la vida, de "echar al mundo"..., ¿existe algo más desmoralizador?. ¿Cómo pensar sin espanto o repulsión en ese prodigio que hace del primer venido un medio-demiurgo? Lo que debería ser un don tan excepcional como el genio ha sido conferido indistintamente a todos: liberalidad de mala ley que descalifica para siempre a la naturaleza.
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La exhortación criminal del Génesis: Creced y multiplicaos, no ha podido salir de la boca del dios bueno. Sed escasos, hubiese debido sugerir más bien, si hubiese tenido voz en el capítulo. Nunca tampoco hubiese podido añadir las palabras funestas: Y llenad la tierra. Se debería, antes de nada, borrarlas para lavar a la Biblia de la vergüenza de haberlas recogido.
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La carne se extiende más y más como una gangrena por la superficie del globo. No sabe imponerse límites, continúa haciendo estragos pese a sus reveses, toma sus derrotas por conquistas, nunca ha aprendido nada. Pertenece ante todo al reino del creador y es sin duda en ella donde éste ha proyectado sus instintos malhechores. Normalmente, debería aterrar menos a quienes la contemplan que a los mismos que la hacen durar y aseguran sus progresos. No es así, pues no saben de qué aberración son cómplices. Las mujeres encintas serán un día lapidadas, el instinto maternal proscrito, la esterilidad aclamada. Con razón en las sectas en que la fecundidad era mirada con recelo, entre los Bogomilos y los Cátaros, se condenaba el matrimonio, institución abominable que todas las sociedades protegen desde siempre, con gran desesperación de los que no ceden al vértigo común. Procrear es amar la plaga, es querer cultivarla y aumentarla. Tenían razón esos filósofos antiguos que asimilaban el Fuego al principio del universo y del deseo. Pues el deseo arde, devora, aniquila: juntamente agente y destructor de los seres, es sombrío e infernal por esencia.
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Este mundo no fue creado alegremente. Sin embargo, se procrea con placer. Sí, sin duda, pero el placer no es la alegría, sólo es su simulacro: su función consiste en dar el cambiazo, en hacernos olvidar que la creación lleva, hasta en su menor detalle, la marca de esa tristeza inicial de la que ha surgido. Necesariamente engañoso, es él también quien nos permite ejecutar cierto esfuerzo que en teoría reprobamos.
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Serie de libelos camuflados de tratados, la apologética cristiana representa el sumum del género bilioso .
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El politeísmo corresponde mejor a la diversidad de nuestras tendencias y de nuestros impulsos, a los que ofrece la posibilidad de ejercerse, de manifestarse, cada una de ellas libre para tender, según su naturaleza, hacia el dios que le conviene en ese momento. Pero ¿qué emprender con un solo dios? ¿cómo afrontarle, cómo utilizarle? Estando él presente, se vive siempre bajo presión (...) Si la salud es un criterio ¡qué retroceso supone el monoteísmo! .
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La carne ha traicionado a la materia; el malestar que siente, que sufre, es su castigo. De una manera general, lo animado parece culpable respecto a lo inerte; la vida es un estadode culpabilidad, estado tanto más grave cuanto que nadie toma verdaderamente conciencia de ello.
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...la liberación no tiene contenido más que para cada uno de nosotros, individualmente, y no para la turba... No hay manera de ver cómo la Humanidad podría ser salvada en bloque; hundida en lo falso, abocada a una verdad inferior, confundirá siempre la apariencia y la sustancia.
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...para ser verdaderamente libre se impone un paso más: liberarse de la libertad misma, rebajarla al nivel de un prejuicio o un pretexto para no tener ya que idolatrarla... Entonces se comenzará a aprender cómo actuar sin desear.
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Se debería por decencia elegir uno mismo el momento de desaparecer. Es envilecedor extinguirse como se extingue uno; es intolerable verse expuesto a un fin sobre el que nada se puede, que te acecha, te abate, te precipita en lo innombrable. Quizá llegue el momento en que la muerte natural esté totalmente desacreditada, en el que se enriquecerán los catecismos con una fórmula nueva: "Dispénsanos, Señor, el favor y la fuerza de acabar, la gracia de borrarnos del tiempo"
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Nunca en matarse se decidirá a ello mucho más prontamente que quien no cesa de pensar en ello. Como todo acto crucial es más fácil de cumplir por irreflexión que por examen, el espíritu virgen de suicidio, una vez que se sienta impulsado a él, no tendra defensa alguna contra este impulso súbito.
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Alguien completamente bueno nunca se resolverá a quitarse la vida. Esta proeza exige un fondo -o restos- de crueldad. El que se mata hubiera podido, en ciertas condiciones, matar: suicidio y asesinato son de la misma familia. Pero el suicidio es más refinado, en razón de que crueldad hacia uno mismo es más rara, más compleja, sin contar que se le añade la embriaguez de sentirse triturado por su propia conciencia .
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...para hallar un simulacro de paz necesito aferrarme a un tiempo sin mañana, a un tiempo decapitado.
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Una interrogación rumiada indefinidamente te zapa tanto como un dolor sordo .
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Nada podrá quitarme del espíritu que este mundo es el fruto de un dios tenebroso cuya sombra prolongo, y que me corresponde agotar las consecuencias de la maldición suspendida sobre él y su obra.
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Según cuenta Plutarco, en el primer siglo de nuestra era ya no se iba a Delfos más que para plantear preguntas mezquinas (bodas, compras, etc.). La decadencia de la Iglesia imita la de los oráculos.
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No es tan mórbido el exceso como la ausencia de miedo. Pienso en esa amiga a la que nada asustaba jamás, ni siquiera podía representarse un peligro, fuese del orden que fuese. Tanta libertad, tanta seguridad, debían llevarla un día derecha a la camisa de fuerza.
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Basílides, el gnóstico, es uno de los raros espíritus que comprendió el comienzo de nuestro era, lo que ahora constituye un lugar común, a saber: que la humanidad si quiere salvarse, debe volver a sus límites naturales por el retorno a la ignorancia, verdadero signo de redención .
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Mirad la jeta de quien ha triunfado, de quien se ha esforzado, no importa en qué campo. No descubriréis en ella la menor huella de piedad. Tiene madera de enemigo.
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Se puede pensar en la muerte todos los días y, sin embargo, perseverar alegremente en el ser; no sucede lo mismo si uno piensa sin cesar en la hora de su muerte; quien no tuviese más que ese instante ante su vista, cometería un atentado contra todos sus otros instantes .
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Mientras se envidia el éxito de otro, aunque fuese un dios, se es un vil esclavo como todo el mundo.
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No se debería conceder crédito más que a las explicaciones por la fisiología y por la teología. Lo que se sitúa entre las dos, nada importa.
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Si una herejía cristiana, no importa cuál, hubiese triunfado, no se habría perdido en matices. Más temeraria que la Iglesia, hubiese sido también más intolerante, puesto que más convencida. No hay duda posible: victoriosos, los Cátaros hubieran sobrepujado a los Inquisidores.Tengamos por toda víctima, por noble que sea, una piedad sin ilusiones.
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Por todas partes, carne a cambio de dinero. Pero ¿qué valor puede tener una carne subvencionada? Antes se engendraba por convicción o por accidente; hoy para cobrar subsidios. Este exceso de cálculo no puede dejar de dañar la calidad del espermatozoide.
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Las ratas, confinadas en un espacio reducido y alimentadas únicamente de esos productos químicos de los que nosotros nos atracamos, se hacen, según parece, mucho más perversas y agresivas que de ordinario.Condenados, a medida que se multiplican, a amontonarse unos sobre otros, los hombres se detestarán mucho más que antes, incluso inventarán formas insólitas de odio, se despedazarán entre sí como nunca lo hicieron y estallará una guerra civil universal, no motivada por reivindicaciones, sino por la imposibilidad en que se encontrará la humanidad de seguir asistiendo al espectáculo que se ofrece a sí misma. Ya desde ahora, si, durante un instante, vislumbrase todo el futuro, no iría más allá de ese instante.


Fuente : auladefilosofia.blogspot.com/2006/08/emile_cioran_el_aciago_demiurgo.html

jueves, 25 de enero de 2007

GEORG CANTOR











Nace en Petersburgo, 3 de marzo de 1845, y muere en Halle, el 6 de enero de 1918 ; fue un matemático alemán, inventor con Dedekind de la teoría de conjuntos, que es la base de las matemáticas modernas. Gracias a sus atrevidas investigaciones sobre los conjuntos infinitos fue el primero capaz de formalizar la noción de infinito bajo la forma de los números transfinitos (cardinales y ordinales).
Cantor descubrió que los conjuntos infinitos no tienen siempre el mismo tamaño, o sea el mismo cardinal: Por ejemplo el conjunto de los racionales es enumerable, es decir del mismo tamaño que el conjunto de los naturales, mientras que el de los reales no lo es: Existen por lo tanto varios infinitos, más grandes los unos que los otros.
Y entre estos infinitos, los hay tan grandes que no tienen correspondencia en el mundo real, asimilado al espacio vectorial R³. Este hecho supuso un desafío para un espíritu tan religioso como Georg Cantor. Y las acusaciones de blasfemia por ciertos colegas envidiosos o que no entendían sus descubrimientos no le ayudaron. Sufrió de depresión, y fue internado repetidas veces en hospitales psiquiátricos. Su mente luchaba contra varias paradojas de la teoría de los conjuntos, que parecían invalidar toda su teoría (hacerla inconsistente o contradictoria, en el sentido que una cierta propiedad podría ser a la vez cierta y falsa). Además trató durante muchos años probar la hipótesis del continuo, lo que se sabe hoy que es imposible, y que tiene que ser aceptada (o rehusada) como axioma adicional de la teoría.
Empezó a interpretar el infinito absoluto (que no es concebible por la mente humana) como Dios, y escribió artículos religiosos sobre el tema. Murió en una clínica psiquiátrica, aquejado de una enfermedad maníaco-depresiva.
Hoy en día, la comunidad matemática reconoce plenamente su trabajo, y admite que significa un salto cualitativo importante en el raciocinio lógico.


Texto de :

es.wikipedia.org/wiki/georg_cantor

VER : ar.geocities.com/paginadeprueba2005/cantor/georg_cantor_y_la_teoría_de_transfinitos.htm

lunes, 22 de enero de 2007

EZRA POUND







ENCARGO

Id, canciones mías, al solitario y al insatisfecho,
id también al desquiciado, al esclavo de las convenciones,
llevadles mi desprecio hacia sus opresores.
Id como una ola gigante de agua fría,
llevad mi desprecio por los opresores.

Hablad contra la opresión inconsciente,
hablad contra la tiranía de los que no tienen imaginación,
hablad contra las ataduras,
id a la burguesa que se está muriendo de tedio,
id a las mujeres de los barrios residenciales,
id a las repugnantemente casadas,
id a aquellas cuyo fracaso está oculto,
id a las emparejadas sin fortuna,
id a la esposa comprada,
id a la mujer comprometida.

Id a los que tienen una lujuria exquisita,
id a aquellos cuyos deseos exquisitos son frustrados,
id como una plaga contra el aburrimiento del mundo;
id con vuestro filo contra esto,
reforzad los sutiles cordones,
traed confianza a las algas y tentáculos del alma.

Id de manera amistosa,
id con palabras sinceras.
Ansiad el hallazgo de males nuevos y de un nuevo bien,
oponeos a todas las formas de opresión.
Id a quienes la mediana edad ha engordado,
a los que han perdido el interés.

Id a los adolescentes a quienes les asfixia la familia...
¡Oh, qué asqueroso resulta
ver tres generaciones reunidas bajo un mismo techo!
Es como un árbol viejo con retoños
y con algunas ramas podridas y cayéndose.

Salid y desafiad la opinión,
id contra este cautiverio vegetal de la sangre.
Id contra todas las clases de manos muertas.


CANTAR XLV : Con usura .

Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra
Con bien cortados bloques y dispuestos
de modo que el diseño lo cobije,
con usura no hay paraíso pintado para el hombre en los muros de su iglesia
harpes et lutz (arpas y laúdes)
o lugar donde la virgen reciba el mensaje
y su halo se proyecte por la grieta,
con usura
no se ve el hombre Gonzaga,
ni a su gente ni a sus concubinas
no se pinta un cuadro para que perdure ni para tenerlo en casa
sino para venderlo y pronto
con usura,
pecado contra la naturaleza,
es tu pan para siempre harapiento,
seco como papel, sin trigo de montaña,
sin la fuerte harina.
Con usura se hincha la línea
con usura nada está en su sitio (no hay límites precisos)
y nadie encuentra un lugar para su casa.
El picapedrero es apartado de la piedra
el tejedor es apartado del telar
con usura
no llega lana al mercado
no vale nada la oveja con usura.
Usura es un parásito
mella la aguja en manos de la doncella
y paraliza el talento del que hila. Pietro Lombardo
no vino por usura
Duccio no vino por usura
ni Pier della Francesca; no por usura Zuan Bellini
ni se pintó "La Calunnia”
No vino por usura Angélico; no vino Ambrogio Praedis,
no hubo iglesia de piedra con la firma: Adamo me fecit.
No por usura St. Trophime
no por usura St. Hilaire.
Usura oxida el cincel
Oxida la obra y al artesano
Corroe el hilo en el telar
Nadie hubiese aprendido a poner oro en su diseño;
Y el azur tiene una llaga con usura;
se queda sin bordar la tela.
No encuentra el esmeralda un Memling
Usura mata al niño en el útero
No deja que el joven corteje
Ha llevado la sequedad hasta la cama, y yace
entre la joven novia y su marido
Contra naturam
Ellos trajeron putas a Eleusis
Sientan cadáveres a su banquete
por mandato de usura.



VER : amediavoz.com/pound.htm

H.P.Lovecraft




LA CIUDAD SIN NOMBRE

Al acercarme a la ciudad sin nombre me di cuenta de que estaba maldita. Avanzaba por un valle terrible reseco bajo la luna, y la vi a lo lejos emergiendo misteriosamente de las arenas, como aflora parcialmente un cadáver de una sepultura deshecha. El miedo hablaba desde las erosionadas piedras de esta vetusta superviviente del diluvio, de esta bisabuela de la más antigua pirámide; y un aura imperceptible me repelía y me conminaba a retroceder ante antiguos y siniestros secretos que ningún hombre debía ver, ni nadie se habría atrevido a examinar.
Perdida en el desierto de Arabia se halla la ciudad sin nombre, ruinosa y desmembrada, con sus bajos muros semienterrados en las arenas de incontables años. Así debía de encontrarse ya, antes de que pusieran las primeras piedras de Menfis, y cuando aun no se habían cocido los ladrillos de Babilonia. No hay leyendas tan antiguas que recojan su nombre o la recuerden con vida; pero se habla de ella temerosamente alrededor de las fogatas, y las abuelas cuchichean sobre ella también en las tiendas de los jeques, de forma que todas las tribus la evitan sin saber muy bien la razón. Esta fue la ciudad con la que el poeta loco Abdul Alhazred soñó la noche antes de cantar su dístico inexplicable:
«Que no está muerto lo que yace eternamente y con el paso de los evos, aun la muerte puede morir»
Yo debía haber sabido que los árabes tenían sus motivos para evitar la ciudad sin nombre, la ciudad de la que se habla en extraños relatos, pero que no ha visto ningún hombre vivo; sin embargo, desafiándolos, penetré en el desierto inexplorado con mi camello. Sólo yo la he visto, y por eso no existe en el mundo otro rostro que ostente las espantosas arrugas que el miedo ha marcado en el mío, ni se estremezca de forma tan horrible cuando el viento de la noche hace retemblar las ventanas. Cuando la descubrí, en la espantosa quietud del sueño interminable, me miró estremecida por los rayos de una luna fría en medio del calor del desierto. Y al devolverle yo su mirada, olvidé el júbilo de haberla descubierto, y me detuve con mi camello a esperar que amaneciera.
Cuatro horas esperé, hasta que el oriente se volvió gris, se apagaron las estrellas, y el gris se convirtió en una claridad rosácea orlada de oro. Oí un gemido, y vi que se agitaba una tormenta de arena entre las piedras antiguas, aunque el cielo estaba claro y las vastas extensiones del desierto permanecían en silencio. Y de repente, por el borde lejano del desierto, surgió el canto resplandeciente del sol, a través de una minúscula tormenta de arena pasajera; y en mi estado febril imaginé que de alguna remota profundidad brotaba un estrépito de música metálica saludando al disco de fuego como Memnon lo saluda desde las orillas del Nilo. Y me resonaban los oídos, y me bullía la imaginación, mientras conducía mi camello lentamente por la arena hasta aquel lugar innominado; lugar que, de todos los hombres vivientes, únicamente yo he llegado a ver.
Y vagué entre los cimientos de las casas y de los edificios, sin encontrar relieves ni inscripciones que hablasen de los hombres -si es que fueron hombres- que habían construido esta ciudad y la habían habitado hacía tantísimo tiempo. La antigüedad del lugar era malsana, por lo que deseé fervientemente descubrir algún signo o clave que probara que había sido hecha efectivamente por los hombres. Había ciertas dimensiones y proporciones en las ruinas que me producían desasosiego. Llevaba conmigo numerosas herramientas, y cavé mucho entre los muros de los olvidados edificios; pero mis progresos eran lentos y nada de importancia aparecía. Cuando la noche y la luna volvieron otra vez, el viento frío me trajo un nuevo temor, de forma que no me atreví a quedarme en la ciudad. Y al salir de los antiguos muros para descansar, una pequeña tormenta de arena se levantó detrás de mí, soplando entre las piedras grises, a pesar de que brillaba la luna, y casi todo el desierto permanecía inmóvil.
Al amanecer desperté de una cabalgata de horribles pesadillas, y me resonó en los oídos como un tañido metálico. Vi asomar el sol rojizo entre las últimas ráfagas de una pequeña tormenta de arena que flotaba sobre la ciudad sin nombre, haciendo más patente la quietud del paisaje. Una vez más, me interné en las lúgubres ruinas que abultaban bajo las arenas como un ogro bajo su colcha, y de nuevo cavé en vano en busca de reliquias de la olvidada raza. A mediodía descansé, y dediqué la tarde a señalar los muros, las calles olvidadas y los contornos de los casi desaparecidos edificios. Observe que la ciudad había sido efectivamente poderosa, y me pregunté cuáles pudieron ser los orígenes de su grandeza. Me representaba el esplendor de una edad tan remota que Caldea no podría recordarla, y pensé en Sarnath la Predestinada, ya existente en la tierra de Mnar cuando la humanidad era todavía joven, y en Ib, excavada en la piedra gris antes de la aparición de los hombres.
De repente, llegué a un lugar donde la roca del subsuelo emergía de la arena formando un bajo acantilado y vi con alegría lo que parecía prometer nuevos vestigios del pueblo antediluviano. Toscamente talladas en la cara del acantilado, aparecían las inequívocas fachadas de varios edificios pequeños o templos achaparrados, cuyos interiores conservaban quizá numerosos secretos de edades incalculablemente remotas; aunque las tormentas de arena habían borrado hacía tiempo los relieves que sin duda exhibieron en su exterior.
Las oscuras aberturas próximas a mí eran muy bajas y estaban cegadas por las arenas; pero limpié una de ellas con la pala y me introduje a gatas, llevando una antorcha que me revelase los misterios que hubiese. Una vez en el interior, vi que la caverna era efectivamente un templo, y descubrí claros signos de la raza que había vivido y practicado su religión antes de que el desierto fuese desierto. No faltaban altares primitivos, pilares y nichos, todo singularmente bajo; y aunque no veía esculturas ni frescos, había muchas piedras extrañas, claramente talladas en forma de símbolos por algún medio artificial. Era muy extraña la baja altura de la cámara cincelada, ya que apenas me permitía estar de rodillas; pero el recinto era tan grande que la antorcha revelaba una parte solamente. Algunos de los últimos rincones me producían temor; ya que determinados altares y piedras sugerían olvidados ritos de naturaleza repugnante e inexplicable que hicieron que me preguntase qué clase de hombres podían haber construido y frecuentado semejante templo. Cuando hube visto todo lo que contenía el lugar, salí gateando otra vez, ansioso por averiguar lo que pudieran revelarme los templos.
La noche se estaba echando encima; pero las cosas tangibles que había visto hacían que mi curiosidad fuese más fuerte que mi miedo, y no huí de las largas sombras lunares que me habían intimidado la primera vez que vi la ciudad sin nombre. En el crepúsculo, limpié otra abertura; y encendiendo una nueva antorcha me introduje a rastras por ella, y descubrí más piedras y símbolos enigmáticos; pero todo era tan vago como en el otro templo. El recinto era igual de bajo, aunque bastante menos amplio, y terminaba en un estrecho pasadizo en el que había oscuras y misteriosas hornacinas. Y me encontraba examinando estas hornacinas cuando el ruido del viento y mi camello turbaron la quietud, y me hicieron salir a ver qué había asustado al animal.
La luna brillaba intensamente sobre las primitivas ruinas, iluminando una densa nube de arena que parecía producida por un viento fuerte, aunque decreciente, que soplaba desde algún lugar del acantilado que tenía ante mí. Sabía que era este viento frío y arenoso lo que había inquietado al camello, y estaba a punto de llevarlo a un lugar más protegido, cuando alcé los ojos por casualidad y vi que no soplaba viento alguno en lo alto del acantilado. Esto me dejó asombrado, y me produjo temor otra vez; pero inmediatamente recordé los vientos locales y súbitos que había observado anteriormente durante el amanecer y el crepúsculo, y pensé que era cosa normal. Supuse que provenía de alguna grieta de la roca que comunicaba con alguna cueva, y me puse a observar el remolino de arena a fin de localizar su origen; no tardé en descubrir que salía de un orificio negro de un templo bastante más al sur de donde yo estaba, casi fuera de mi vista. Eché a andar contra la nube sofocante de arena, en dirección a dicho templo, y al acercarme descubrí que era más grande que los demás, y que su entrada estaba bastante menos obstruida de arena dura. Habría entrado, de no ser por la terrible fuerza de aquel viento frío que casi apagaba mi antorcha. Brotaba furioso por la oscura puerta suspirando misteriosamente mientras agitaba la arena y la esparcía por entre las espectrales ruinas. Poco después empezó a amainar, y la arena se fue aquietando poco a poco, hasta que finalmente todo quedo inmóvil otra vez; pero una presencia parecía acechar entre las piedras fantasmales de la ciudad, y cuando alcé los ojos hacia la luna, me pareció que temblaba como si se reflejara en la superficie de unas aguas trémulas. Me sentía más asustado de lo que podía explicarme, aunque no lo bastante como para reprimir mi sed de prodigios; así que tan pronto como el viento se calmó, crucé el umbral y me introduje en el oscuro recinto de donde había brotado el viento.
Este templo, como había imaginado desde el exterior, era el más grande de cuantos había visitado hasta el momento; probablemente era una caverna natural, ya que lo recorrían vientos que procedían de alguna región interior. Aquí podía estar completamente de pie; pero vi que las piedras y los altares eran tan bajos como los de los otros templos. En los muros y en el techo observé por primera vez vestigios del arte pictórico de la antigua raza, curiosas rayas onduladas hechas con una pintura que casi se había borrado o descascarillado; y en dos de los altares vi con creciente excitación un laberinto de relieves curvilíneos bastante bien trazados. Al alzar en alto la antorcha, me pareció que la forma del techo era demasiado regular para que fuese natural, y me pregunté qué prehistóricos escultores habrían trabajado en este lugar. Su habilidad técnica debió de ser inmensa.
Luego, una súbita llamarada de la caprichosa antorcha me reveló lo que había estado buscando: el acceso a aquellos abismos más remotos de los que había brotado el inesperado viento; sentí un desvanecimiento al descubrir que se trataba de una puerta pequeña, artificial, cincelada en la sólida roca. Metí la antorcha por ella, y vi un túnel negro de techo bajo y abovedado que se curvaba sobre un tramo descendente de toscos escalones, muy pequeños, numerosos y empinados. Siempre veré esos peldaños en mis sueños, ya que llegué a saber lo que significaban. En aquel momento no sabía si considerarlos peldaños o meros apoyos para salvar una pendiente demasiado pronunciada. La cabeza me daba vueltas, agobiada por locos pensamientos, y parecieron llegarme flotando las palabras y advertencias de los profetas árabes, a través del desierto, desde las tierras que los hombres conocen a la ciudad sin nombre que no se atreven a conocer. Pero sólo vacilé un momento, antes de cruzar el umbral y empezar a bajar precavidamente por el empinado pasadizo, con los pies por delante, como por una escala de mano.
Sólo en los terribles desvaríos de la droga o del delirio puede un hombre haber efectuado un descenso como el mío. El estrecho pasadizo bajaba interminable como un pozo espantosamente fantasmal, y la antorcha que yo sostenía por encima de mi cabeza no alcanzaba a iluminar las ignoradas profundidades hacia las que descendía. Perdí la noción de las horas y olvidé consultar mi reloj, aunque me asusté al pensar en la distancia que debía de estar recorriendo. Había giros y cambios de pendiente; una de las veces llegué a un corredor largo, bajo y horizontal, donde tuve que arrastrarme por el suelo rocoso con los pies por delante, sosteniendo la antorcha cuanto daba de sí la longitud de mi brazo. No había altura suficiente para permanecer de rodillas. Después, me encontré con otra escalera empinada, y seguí bajando interminablemente mientras mi antorcha se iba debilitando poco a poco, hasta que se apagó. Creo que no me di cuenta en ese momento, porque cuando lo noté, aún la sostenía por encima de mí como si me siguiera alumbrando. Me tenía completamente trastornado esa pasión por lo extraño y lo desconocido que me había convertido en un errabundo en la tierra y un frecuentador de lugares remotos, antiguos y prohibidos.
En la oscuridad, me venían al pensamiento súbitos fragmentos de mi amado tesoro de saber demoníaco: frases del árabe loco Alhazred, párrafos de las pesadillas apócrifas de Damascius, y sentencias infames del delirante Image du Monde de Gauthier de Metz. Repetía citas extrañas y murmuraba cosas sobre Afrasiab y los demonios que bajaban flotando con él por el Oxus; más tarde, recité una y otra vez la frase de uno de los relatos de Lord Dunsany: «La sorda negrura del abismo». En una ocasión en que el descenso se volvió asombrosamente pronunciado, repetí con voz monótona un pasaje de Tomás Moro, hasta que tuve miedo de recitarlo más:
Un pozo de tinieblas. negro
tomo un caldero de brujas, lleno
De drogas lunares en eclipse destiladas
Al inclinarme a mirar si podía bajar el pie
Por ese abismo, vi, abajo,
Hasta donde alcanzaba la mirada,
Negras Paredes lisas como el cristal
Recién acabadas de pulir,
Y con esa negra pez que el Trono de la Muerte
Derrama por sus bordes viscosos.
El tiempo había dejado de existir por completo cuando mis pies tocaron nuevamente un suelo horizontal, y llegué a un recinto algo más alto que los dos templos anteriores que, ahora, estaban a una distancia incalculable, por encima de mí. No podía ponerme de pie, pero podía enderezarme arrodillado; y en la oscuridad, me arrastré y gateé de un lado para otro al azar. No tardé en darme cuenta de que me encontraba en un estrecho pasadizo en cuyas paredes se alineaban numerosos estuches de madera con el frente de cristal. El descubrir en semejante lugar paleozoico y abismal objetos de cristal y madera pulimentada me produjo un estremecimiento, dadas sus posibles implicaciones. Al parecer, los estuches estaban ordenados a lo largo del pasadizo a intervalos regulares, y eran oblongos y horizontales, espantosamente parecidos a ataúdes por su forma y tamaño. Cuando traté de mover uno o dos, a fin de examinarlos, descubrí que estaban firmemente sujetos.
Comprobé que el pasadizo era largo y seguí adelante con rapidez, emprendiendo una carrera a cuatro patas que habría parecido horrible de haber habido alguien observándome en la oscuridad; de vez en cuando me desplazaba a un lado y a otro para palpar mis alrededores y cerciorarme de que los muros y las filas de estuches seguían todavía. El hombre está tan acostumbrado a pensar visualmente que casi me olvidé de la oscuridad, representándome el interminable corredor monótonamente cubierto de madera y cristal como si lo viese. Y entonces, en un instante de indescriptible emoción, lo vi.
No sé exactamente cuándo lo imaginado se fundió a la visión real; pero surgió gradualmente un resplandor delante de mí, y de repente me di cuenta de que veía los oscuros contornos del corredor y los estuches a causa de alguna desconocida fosforescencia subterránea. Durante un momento todo fue exactamente como yo lo había imaginado, ya que era muy débil la claridad; pero al avanzar maquinalmente hacia la luz cada vez más fuerte, descubrí que lo que yo había imaginado era demasiado débil. Esta sala no era una reliquia rudimentaria como los templos de arriba, sino un monumento de un arte de lo más magnífico y exótico. Ricos y vívidos y atrevidamente fantásticos dibujos y pinturas componían una decoración mural continua cuyas líneas y colores superarían toda descripción. Los estuches eran de una madera extrañamente dorada, con un frente de exquisito cristal, y contenían los cuerpos momificados de unas criaturas que superarían en grotesca fealdad los sueños más caóticos del hombre.
Es imposible dar una idea de estas monstruosidades. Era de naturaleza reptil con unos rasgos corporales que unas veces recordaban al cocodrilo, otras a la foca, pero más frecuentemente a seres que el naturalista y el paleontólogo no han conocido jamás. Tenían más o menos el tamaño de un hombre bajo, y sus extremidades anteriores estaban dotadas de unas zarpas delicadas claramente parecidas a las manos y los dedos humanos. Pero lo más extraño de todo eran sus cabezas, cuyo contorno transgredía todos los principios biológicos conocidos. No hay nada a lo que aquellas criaturas se pueda comparar con propiedad... fugazmente, pensé en seres tan diversos como el gato, el perro dogo, el mítico sátiro y el ser humano. Ni el propio Júpiter tuvo una frente tan enorme y protuberante; sin embargo, los cuernos, la carencia de nariz y la mandíbula de caimán, les situaba fuera de toda categoría establecida. Durante un rato dudé de la realidad de las momias, casi inclinándome a suponer que se trataba de ídolos artificiales; pero no tardé en convencerme de que eran efectivamente especies paleógenas que habían existido cuando la ciudad sin nombre estaba viva. Como para rematar el carácter grotesco de sus naturalezas, la mayoría estaban suntuosamente vestidas con tejidos costosos y lujosamente cargadas de adornos de oro, joyas y metales brillantes y desconocidos.
La importancia de estas criaturas reptiles debió de ser inmensa, ya que estaban en primer término, entre los extravagantes motivos de los frescos que decoraban las paredes y los techos. El artista las había retratado con inigualable habilidad en su propio mundo, en el cual tenían ciudades y jardines trazados según sus dimensiones; y no pude por menos de pensar que su historia representada era alegórica, revelando quizá el progreso de la raza que las adoraba. Estas criaturas, me decía, debían de ser para los habitantes de la ciudad sin nombre lo que fue la loba para Roma, o los animales totémicos para una tribu de indios.
Siguiendo esta teoría, pude descifrar someramente una épica asombrosa de la ciudad sin nombre: la crónica de una poderosa metrópoli costera que gobernó el mundo antes de que África surgiera de las olas, y de sus luchas cuando el mar se retiró y el desierto invadió el fértil valle que la mantenía. Vi sus guerras y sus triunfos, sus tribulaciones y derrotas, y después, su terrible lucha contra el desierto, cuando miles de sus habitantes -representados aquí alegóricamente como grotescos reptiles- se vieron empujados a abrirse camino hacia abajo, excavando la roca de alguna forma prodigiosa, en busca del mundo del que les habían hablado sus profetas. Todo era misteriosamente vívido y realista; y su conexión con el impresionante descenso que yo había efectuado era inequívoco. Incluso reconocía los pasadizos.
Al avanzar por el corredor hacia la luz más brillante, vi nuevas etapas de la épica representada: la despedida de la raza que había habitado la ciudad sin nombre y el valle hacía unos diez millones de años; la raza cuyas almas se negaban a abandonar los escenarios que sus cuerpos habían conocido durante tanto tiempo, en los que se habían asentado como nómadas durante la juventud de la tierra, tallando en la roca virgen aquellos santuarios en los que no habían dejado de practicar sus cultos religiosos. Ahora que había más luz, pude examinar las pinturas con más detenimiento; y recordando que los extraños reptiles debían de representar a los hombres desconocidos, pensé en las costumbres imperantes en la ciudad sin nombre. Había muchas cosas inexplicables. La civilización, que incluía un alfabeto escrito, había llegado a alcanzar, al parecer, un grado superior al de aquellas otras inmensamente posteriores de Egipto y de Caldea; aunque noté omisiones singulares. Por ejemplo, no pude descubrir ninguna representación de la muerte o de las costumbres funerarias, salvo en las escenas de guerra, de violencia o de plagas; así que me preguntaba por qué esta reserva respecto de la muerte natural. Era como si hubiesen abrigado un ideal de inmortalidad como una ilusión esperanzadora.
Más cerca del final del pasadizo había pintadas escenas de máximo exotismo y extravagancia: vistas de la ciudad sin nombre que ahora contrastaban por su despoblación y su creciente ruina, y de un extraño y nuevo reino paradisíaco hacia el que la raza se había abierto camino con sus cinceles a través de la roca. En estas perspectivas, la ciudad y el valle desierto aparecían siempre a la luz de la luna, con un halo dorado flotando sobre los muros derruidos y medio revelando la espléndida perfección de los tiempos anteriores, espectralmente insinuada por el artista. Las escenas paradisíacas eran casi demasiado extravagantes para que resultaran creíbles, retratando un mundo oculto de luz eterna, lleno de ciudades gloriosas y de montes y valles etéreos. Al final, me pareció ver signos de un anticlímax artístico. Las pinturas se volvieron menos hábiles y mucho más extrañas, incluso, que las más disparatadas de las primeras. Parecían reflejar una lenta decadencia de la antigua estirpe, a la vez que una creciente ferocidad hacia el mundo exterior del que les había arrojado el desierto. Las formas de las gentes -siempre simbolizadas por los reptiles sagrados- parecían ir consumiéndose gradualmente, aunque su espíritu, al que mostraban flotando por encima de las ruinas bañadas por la luna, aumentaba en proporción. Unos sacerdotes flacos, representados como reptiles con atuendos ornamentales, maldecían el aire de la superficie y a cuantos seres lo respiraban; y en una terrible escena final se veía a un hombre de aspecto primitivo -quizá un pionero de la antigua Irem, la Ciudad de los Pilares-, en el momento de ser despedazado por los miembros de la raza anterior. Recuerdo el temor que la ciudad sin nombre inspiraba a los árabes, y me alegré de que más allá de este lugar, los muros grises y el techo estuviesen desnudos de pinturas.
Mientras contemplaba el cortejo de la historia mural, me fui acercando al final del recinto de techo bajo, hasta que descubrí una entrada de la cual subía la luminosa fosforescencia. Me arrastré hasta ella, y dejé escapar un alarido de infinito asombro ante lo que había al otro lado; pues en vez de descubrir nuevas cámaras más iluminadas, me asomé a un ilimitado vacío de uniforme resplandor, como supongo que se vería desde la cumbre del monte Everest, al contemplar un mar de bruma iluminada por el sol. Detrás de mí había un pasadizo tan angosto que no podía ponerme de pie; delante, tenía un infinito de subterránea refulgencia.
Del pasadizo al abismo descendía un pronunciado tramo de escaleras -de peldaños pequeños y numerosos, como los de los oscuros pasadizos que había recorrido-; aunque unos pies más abajo los ocultaban los vapores luminosos. Abatida contra el muro de la izquierda, había abierta una pesada puerta de bronce, increíblemente gruesa y decorada con fantásticos bajorrelieves, capaz de aislar todo el mundo interior de luz, si se cerraba, respecto de las bóvedas y pasadizos de roca. Miré los peldaños, y de momento, me dio miedo descender por ellos. Tiré de la puerta de bronce, pero no pude moverla. Luego me tumbé boca abajo en el suelo de losas, con la mente inflamada en prodigiosas reflexiones que ni siquiera el mortal agotamiento podía disipar.
Mientras estaba tendido, con los ojos cerrados y pensando libremente, me volvieron a la conciencia muchos detalles que había observado de pasada en los frescos con un significado nuevo y terrible; escenas que representaban la ciudad sin nombre en su esplendor, la vegetación del valle que la rodeaba, y las tierras distantes con las que sus mercaderes comerciaban. La alegoría de las criaturas reptantes me desconcertaba por su universal distinción, y me asombraba que se conservase con tanta insistencia en una historia de tal importancia. En los frescos se representaba la ciudad sin nombre guardando la debida proporción con los reptiles. Me preguntaba cuáles serían sus proporciones reales y su magnificencia, y medité un momento sobre determinadas peculiaridades que había notado en las ruinas. Me parecía extraña la escasa altura de los templos primordiales y del corredor del subsuelo, tallado indudablemente por deferencia a las deidades reptiles que ellos adoraban; aunque, evidentemente, obligaban a los adoradores a reptar. Quizá los mismos ritos comportaban esta imitación de las criaturas adoradas. Sin embargo, ninguna teoría religiosa podía explicar por qué los pasadizos horizontales que se intercalaban en ese espantoso descenso eran tan bajos como los templos... o más, puesto que no era posible permanecer siquiera de rodillas. Al pensar en las criaturas reptiles, cuyos espantosos cuerpos momificados tenía tan cerca de mí, sentí un nuevo sobresalto de terror. Las asociaciones de la mente son muy extrañas; y me encogí ante la idea de que, salvo el pobre hombre primitivo despedazado de la última pintura, la mía era la única forma humana, en medio de las numerosas reliquias y símbolos de vida primordial.
Pero en mi extraña y errabunda existencia, el asombro siempre se imponía a mis temores; pues el abismo luminoso y lo que podía contener planteaban un problema valiosísimo para el más grande explorador. No me cabía duda de que al pie de aquella escalera de peldaños singularmente pequeños había un mundo extraño y misterioso, y esperaba encontrar allí los recuerdos humanos que las pinturas del corredor no me habían podido ofrecer. Los frescos representaban ciudades y valles increíbles de esta región inferior, y mi imaginación se demoraba en las ricas ruinas que me esperaban.
Mis temores, efectivamente, se relacionaban más con el pasado que con el futuro. Ni siquiera el horror físico de mi situación en aquel angosto corredor de reptiles muertos y frescos antediluvianos, millas por debajo del mundo que yo conocía, y ante ese otro mundo de luces y brumas espectrales, podía compararse con el miedo que sentía ante la abismal antigüedad del escenario y de su espíritu. Una antigüedad tan inmensa que empequeñecía todo cálculo parecía mirar de soslayo desde las rocas primordiales y los templos tallados de la ciudad sin nombre, mientras que los últimos mapas asombrosos de los frescos mostraban océanos y continentes que el hombre ha olvidado, cuyos contornos eran vagamente familiares. Nadie sabía qué podía haber sucedido en las edades geológicas ya que las pinturas se interrumpían, y la resentida y rencorosa raza había sucumbido a la decadencia. En otro tiempo, estas cavernas y la luminosa región que se abría más allá habían hervido de vida; ahora, me encontraba solo entre estas vívidas reliquias, y temblaba al pensar en los incontables siglos durante los cuales dichas reliquias habían mantenido una vigilia muda y abandonada.
De pronto, me invadió nuevamente aquel agudo terror que de cuando en cuando me asaltaba desde que había visto el terrible valle y la ciudad sin nombre bajo la fría luna; y a pesar de mi cansancio, me sorprendí a mí mismo incorporándome frenéticamente, y mirando hacia el oscuro corredor, hacia los túneles que subían al mundo exterior. Me dominó el mismo sentimiento que me había hecho abandonar la ciudad sin nombre por la noche, y que era tan inexplicable como acuciante. Un momento después, sin embargo, sufrí una impresión aún mayor en forma de un ruido definido: el primero que quebraba el absoluto silencio de estas profundidades sepulcrales. Fue un gemido bajo, profundo, como de una multitud lejana de espíritus condenados; y provenía del lugar hacia donde yo miraba. El rumor fue creciendo rápidamente, y no tardó en resonar de forma espantosa por el bajo pasadizo. Al mismo tiempo, tuve conciencia de una corriente de aire frío, cada vez más fuerte, idéntica a la que brotaba de los túneles y barría la ciudad. El contacto de ese viento pareció devolverme el equilibrio, porque instantáneamente recordé las súbitas ráfagas que se levantaban en torno a la entrada del abismo en el amanecer y el crepúsculo, una de las cuales, efectivamente, me había revelado los túneles secretos. Consulté mi reloj y vi que faltaba poco para amanecer, así que me preparé para resistir el vendaval que regresaba a su caverna, del mismo modo que había salido al atardecer. Mi miedo disminuyó otra vez, ya que un fenómeno natural tiende a disipar las lucubraciones sobre lo desconocido.
Cada vez entraba con más violencia el quejumbroso y aullante viento de la noche, precipitándose en el abismo subterráneo. Me dejé caer de nuevo boca abajo, y me agarré vanamente al suelo, temiendo que me arrastrara por la puerta y me precipitara en el abismo fosforescente. No me había esperado una furia semejante; y al darme cuenta de que, en efecto, me iba deslizando por el suelo hacia el abismo, me asaltaron mil nuevos terrores imaginarios. La malignidad de aquella corriente despertó en mí increíbles figuraciones; una vez más me comparé, con un estremecimiento, a la única imagen humana del espantoso corredor, al hombre despedazado por la desconocida raza; porque los zarpazos demoníacos de los torbellinos parecían contener una furia vindicativa tanto más fuerte cuanto que me sentía casi impotente. Cerca del final, creo que grité frenéticamente -casi enloquecido-; si fue así, mis gritos se perdieron en aquella babel infernal de espíritus aulladores. Traté de retroceder arrastrándome contra el torrente invisible y homicida, pero no podía afianzarme siquiera, y seguía siendo arrastrado lenta e inexorablemente hacia el mundo desconocido. Por último, se me debió de trastornar la razón, y empecé a balbucear, una y otra vez, aquel inexplicable dístico del árabe loco Abdul Alhazred, que soñó con la ciudad sin nombre:
«Que no está muerto lo que yace eternamente, Y con el paso de los evos, aun la muerte puede morir».
Sólo los ceñudos y severos dioses del desierto saben lo que ocurrió en realidad; qué forcejeos y luchas sostuve en la oscuridad, o qué Abaddón me guió de nuevo a la vida, donde siempre habré de recordar, y estremecerme, cuando sopla el viento de la noche, hasta que el olvido o algo peor me reclame. Fue monstruoso, inmenso, antinatural... muy lejos de cuanto el hombre pueda concebir, salvo en las primeras horas silenciosas y detestables de la madrugada, cuando uno no puede dormir.
He dicho que la furia del viento era infernal -cacodemoníaca-, y que sus voces eran espantosas a causa de una perversidad reprimida durante eternidades de desolación. Luego, estas voces, aunque delante de mí seguían siendo caóticas, imaginó mi cerebro enfebrecido que adoptaban forma articulada detrás; y allá en la tumba de unas antigüedades muertas hacía innumerables evos, leguas debajo del mundo diurno de los hombres, oí horribles maldiciones y gruñidos de demonios de extrañas lenguas. Al volverme, vi recortarse contra el éter luminoso del abismo lo que no podía verse en la oscuridad del corredor: una horda pesadillesca de seres que se precipitaban, de demonios semitransparentes distorsionados por el odio, grotescamente ataviados, y pertenecientes a una raza que nadie habría podido confundir: la de las criaturas reptiles de la ciudad sin nombre.
Cuando se calmó el viento, me envolvió la negrura más absoluta de las entrañas de la tierra; porque detrás de la última de las criaturas, la gran puerta de bronce se cerró de golpe con un estruendo ensordecedor de música metálica cuyos ecos ascendieron hasta el mundo distante para saludar al sol naciente, como lo saluda Memnón desde las orillas del Nilo.

VER : www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/lovecraft/hpl.htm

sábado, 20 de enero de 2007

Bruce Lee




Las tres líneas principales del Jeet Kune Do son:

(1) Simplicidad, (2) Ser directo (3) Actitud No-Clásica.

Simplicidad significa que haces lo que es necesario para lograr la tarea por los medios más eficientes posibles sin ningún movimiento o acción no-crítica.

Ser directo significa que el ataque debería tomar la ruta más corta sin ningún movimiento establecido preparatorio o telegráfico. Como Bruce Lee diría, "¡Usa el arma más larga con el objetivo más cercano!".

No-Clásico significa que la técnica se desarrolla de un modo práctico, no tradicional, poniendo el énfasis en golpear al objetivo con la mayor velocidad y potencia. En otras palabras, ¡hacer daño!. ¡No te preocupes por si la técnica queda "bonita" o no! El Jeet Kune Do tiene que ver con la defensa personal efectiva, no con ganar competiciones de formas.
Esto no significa, no obstante, que cualquier cosa sea Jeet Kune Do. Hay una postura específica. Hay patrones específicos de desplazamiento, golpes, patadas, movimientos defensivos, ejercicios de energía / sensibilidad, métodos de entrenamiento y estrategias de ataque.

El método preferido de defensa en Jeet Kune Do es el ataque!. El luchador de Jeet Kune Do está siempre pensando en golpear, golpear y golpear un poco más. El siguiente método preferido es el lin sil die dar, o ataque y defensa simultánea. Lin sil die dar consiste en parar el ataque del oponente mientras desarrollamos un ataque propio a una línea abierta.

Cuando el oponente ataca, lanzas un ataque propio rápido, potente, en la misma línea, desviando su ataque de su trayectoria con un apalancamiento y permitiendo a tu ataque llegar con éxito a su objetivo. El finger jab y el puñetazo recto vertical son los más usados para lograr esto.

La Filosofía de Bruce Lee:"Para mí, todos los tipos de conocimiento definitivamente significan auto-conocimiento."
El interés filosófico de Bruce Lee comenzó cuando estaba entrenando en Wing Chun bajo el sifu (profesor) Yip Man. Yip Man ponía un gran énfasis en los entresijos filosóficos del Wing Chun, y esto tuvo una gran influencia en Bruce. Linda Lee Cadwell, la viuda de Bruce, escribió en su libro The Bruce Lee Story: "Si hay algo que Yip Man dio a Bruce que pudo haber cristalizado la dirección de Bruce en la vida, fue interesar a sus estudiantes en las enseñanzas filosóficas de Buda, Confucio, Lao Tzu, y otros grandes pensadores y filósofos. Como resultado, la mente de Bruce se convirtió en la destilación de la sabiduría de tales profesores".
La influencia individual más importante en Bruce fue su exposición a la filosofía taoísta. La filosofía taoísta es el desarrollo del sabio chino Lao Tzu, quien en el siglo VI a.C. escribió el trabajo definitivo sobre el tema, el Tao Te Ching. El taoísmo se identifica por el Tai Chi, comúnmente conocido por el símbolo del yin/yang. Lao Tzu creía que el hombre es meramente una parte de un todo mayor, y que aceptando su relación con el todo y siguiendo el curso de la naturaleza con no-resistencia, el hombre podía definitivamente encontrar el éxito y la serenidad. Lao Tzu no creía en un sistema formalizado de educación, ni creía en la doctrina confuciana de piedad filial. Dados los problemas de Bruce con el trabajo escolar y los profesores, no resulta sorprendente que sintiera una conexión con el mensaje de Lao Tzu.
En la Universidad de Washington en Seattle Bruce llegó hasta los cursos superiores en filosofía. Su comprensión de los conceptos Orientales era tan profunda que se convirtió en una gran demanda como conferenciante en filosofía oriental. Cuando estaba en Seattle Bruce solía citar a Confucio y Lao Tzu . "Pero muy pronto hizo esa transición él mismo y se convirtió en el filósofo".En 1963 Bruce publicó un libro titulado Chinese Gung Fu: El Arte Filosófico de la Auto-Defensa. El libro expresaba sus visiones sobre el gung fu así como su profundo interés en los aspectos filosóficos del entrenamiento de las artes marciales. Bruce ya estaba comenzando a sentirse descontento con los "estilos" de lucha. La idea no seguía los conceptos taoístas de armonía y no formalidad. En la separación entre estilos duros y blandos de las escuelas de gung fu dijo: "Es una ilusión. Verás, en realidad la suavidad/firmeza es una fuerza inseparable de una incesante interacción de movimiento. Oímos a un montón de profesores afirmando que sus estilos son o bien blandos o duros; esta gente se está agarrando ciegamente a una visión parcial de la totalidad. Una vez fui preguntado por un así llamado "maestro" de Kung Fu; uno de esos que parecían de comedia, con barba y todo, que qué pensaba sobre Yin (suave), y Yang (firme). Yo simplemente contesté "¡Chorradas!". Por supuesto, estaba bastante impresionado por mi contestación, y no podría llegar a darse cuenta de que "ello" nunca es dos".
Bruce comprendió la falsa división que tan a menudo atrapa a los estudiantes del taoísmo, la falsa división en reconocer al Yin y Yang como opuestos, y no como complementos. El Tao es el sendero no dividido.La pelea de Bruce con Wong Jack Man en su escuela de Oakland trajo ese hecho a una profunda revisión. Luchando estrictamente en el "estilo" Wing Chun, Bruce casi había perdido el enfrentamiento. Al continuar aceptando al Wing Chun como la solución, Bruce se estaba "agarrando a una visión parcial de la totalidad". Se dio cuenta de que debía continuar evolucionando. La idea de los estilos de lucha había entrado en conflicto con sus creencias taoístas de que el camino de la lucha no tiene forma y es todo-acompasado, y que los estilos separan al luchador de la verdad. Fue en este punto donde la expresión de las artes marciales y filosofía de Bruce, Jeet Kune Do, nació. Su principio fundamental es "tener el no camino como camino" tomado prestado claramente de Lao Tzu, "A esto se le llama forma sin forma, forma sin objeto".El estudiante de Bruce Lee, Daniel Lee, reconoció la influencia del taoísmo en las enseñanzas de Bruce Lee. "Para hacer a un arte único, debe tener una fundación filosófica. Bruce Lee vio sus principios de Jeet Kune Do en la filosofía taoísta, la relación del yin y el yang. Jeet Kune Do realmente es filosofía en acción".

Leo Fong, un ministro metodista, director de películas y antiguo estudiante de Bruce Lee recuerda una conversación que tuvo con Bruce en 1964. "Bruce me preguntó, '¿Por qué estás recibiendo todas estas clases de gung fu?'. Yo dije, 'Bueno, estoy buscando lo definitivo'. Bruce soltó una carcajada. Dijo, ¡Tío, no hay ningún definitivo!. ¡Lo definitivo está dentro de ti! " . Me llevó un tiempo dejar marchar las viejas creencias, las viejas muletas. Cuando di una vuelta por ahí para dejarlo ir y empecé a entrenar por mi cuenta comprendí lo que Bruce había impartido en mí. Es aterrador ser tu propio profesor. La única forma de la que puedes encontrar la causa de tu propia ignorancia, dijo, es la auto-evaluación y total compromiso hacia tu propio proceso de crecimiento. La segunda mayor influencia en Bruce Lee, filosóficamente hablando, fue el filósofo indio Jiddu Krishnamurti. Krishnamurti nació en la pobreza en 1895 en el sudeste de India. Era un chico inusualmente apasionado e intelectual, y a la edad de diez años fue reconocido como un mesías por la secta mística de la Sociedad Teosófica, la cual le adoptó y le envió a Inglaterra y Francia para ser educado y finalmente asumir su papel como su líder. No obstante, en 1929 a la edad de 34 años convulsionó a la Sociedad Teosófica renunciando a su papel como mesías, argumentando que las doctrinas religiosas y organizaciones interferían en el camino de la verdad real. "Como habéis puesto creencias antes de la vida, credos antes de la vida, dogmas antes de la vida, religiones antes de la vida, hay estancamiento". Bruce descubrió que la forma de Krishnamurti de ver la vida corría paralela a la suya. En su libro Libertad Desde el Ahora, Krishnamurti escribe: "No puedes mirar a través de una ideología, a través de una pantalla de palabras, a través de esperanzas y miedos. El hombre que es realmente serio, con un afán por averiguar lo que es la verdad, no tiene concepto en absoluto. Vive sólo en lo que es". Bruce adaptó esta idea al formar la filosofía de su arte marcial: "No puedes expresarte y estar vivo a través de una forma ensamblada, a través del movimiento estilizado. El hombre que es realmente serio, con un afán por averiguar lo que es la verdad, no tiene estilo en absoluto. Vive sólo en lo que es".Bruce definió su Jeet Kune Do de esta manera: "Jeet Kune Do es entrenamiento y disciplina hacia la realidad definitiva en la auto-defensa, la realidad definitiva en la simplicidad. El verdadero arte del Jeet Kune Do no es acumular, sino eliminar. La totalidad y libertad de expresión hacia el siempre cambiante oponente debería ser el objetivo de todos los practicantes de Jeet Kune Do".
"Un clasista o un tradicionalista solo hará lo que el profesor le diga y ya está. El profesor está pedestalizado y tú haces lo que te dice y no le cuestionas". Pero Bruce estaba bebiendo de algunas fuentes muy diversas, tales como la terapia de Gestalt, Krishnamurti, etc. Tampoco es que esta gente fueran necesariamente creadores, sino que vieron una cierta verdad sobre la que escribieron. Bruce vio esa misma verdad, y vio su aplicación a las artes marciales . Lo sorprendente acerca de Bruce es que era capaz de crear cosas de (lo que pensábamos) es externo y hacerlo una parte del concepto Jeet Kune Do . Bruce creía que no podía enseñar tanto a sus estudiantes como para señalarles en la dirección del conocimiento. "No puedo enseñarte", explicó Bruce a James Franciscus en la serie de televisión Longstreet, "sólo ayudarte a explorarte a ti mismo"."Él era uno de los poquísimos que aplicó la filosofía al arte". "Todo lo que enseñaba era del estilo 'Se suave pero no dócil. Firme pero no duro'. Yo pensaba, ¿qué demonios significa eso?".Bruce también sentía que, "Conocer no es suficiente; debes aplicar". Era su opinión que el conocimiento es inútil si no se le da un buen uso. Más importante, uno nunca puede determinar el valor del conocimiento si no lo prueba. Citando a Lao Tzu: "La gente del Tao nunca intenta. Hace".
Bruce personificó en concepto taoísta de tzu jan, o auto-expresión honesta. Como rehusaba subordinarse a un estilo de lucha, era libre para ser abierto y crítico con todos los conceptos de la lucha, incluido el suyo propio. Esta parte del carácter de Bruce causó el mayor conflicto entre él mismo y los demás, especialmente artistas marciales que estaban a menudo entrenados para aceptar las enseñanzas de su instructor sin cuestionarlas. Sin duda, el término maestro, usado en muchos estilos de artes marciales denota al profesor o líder de la escuela, implica una autoridad absoluta e incuestionable. La expresión personal de Bruce de las artes marciales era algo que creía que era algo único suyo y sólo suyo, porque era el producto de sus atributos personales y sus deficiencias. Entre sus "problemas" físicos estaban el ser corto de vista, ser bajo y ligero, una mala espalda y una pierna que era más corta que la otra. Sus carencias en estas áreas las suplía con la velocidad, el timing y la fuerza. Dan Inosanto, su protegido, dijo, "La imagen total que Bruce Lee quería presentar a su alumno era la de que, por encima de todo, podía encontrar su propio camino. Es importante recordar que Bruce Lee era un 'señalador' de la verdad y no la verdad en sí misma". Bruce no creía en aprender por acumulación, sino que creía que la mayor forma de maestría era la de la simplicidad, de "limar lo inesencial", muy parecido a lo que Lao Tzu pensaba de la necesidad de dispersar todas las escuelas de aprendizaje formal. Sin duda, Bruce dispersó su propio sistema de escuela poco después de su muerte, a menos que su camino sea tomado como "el camino".
Para Bruce todo conocimiento conducía al auto-conocimiento. Bruce ponía muchísimo énfasis en esta creencia de sus enseñanzas. Era uno de los conceptos más importantes que se derivaron de su estudio de Krishnamurti. Como Krishnamurti dijo: "Debemos entendernos primero a nosotros mismos a fin de conocer cualquier cosa y entender y resolver los problemas". Bruce sentía que, para que las personas crezcan y evolucionen, deben llegar a conocerse a sí mismos a través del medio que elijan: baile, música, arte o artes marciales, por nombrar sólo unos pocos.Claramente, Bruce estaba de lo más influenciado por las teorías taoístas de Lao Tzu. Al contrario que Confucio, que ensalzó la tradición, Lao Tzu apela los individuos a que piensen por sí mismos, partir del convencionalismo y buscar la verdad más alta.

Sabía que las nuevas soluciones raramente vienen de los viejos líderes, atrincherados en el status quo. A menudo vienen de gente corriente que cree en el poder de marcar la diferencia. A pesar de que Bruce estaba bastante lejos de ser corriente, representa el ejemplo perfecto del moderno taoísta, una representación del siglo XX en ejercicio físico y espiritual de Lao Tzu. Quizás al final será la filosofía de Bruce Lee lo que tenga una mayor importancia desde una perspectiva histórica. Bruce ha influenciado a generaciones desde su muerte con sus conceptos de liberación del pensamiento clásico, adaptarse a la adversidad, economía de acción y predisposición a aprender. Estos son conceptos que beneficiarán enormemente a la gente de todas las doctrinas, disciplinas y vocaciones. Bruce Lee era un gnóstico ........

miércoles, 10 de enero de 2007

Muerte del Minotauro






















Imágenes :
1- Laberinto Cretense .
2 y 6 - Enfrentamiento de Teseo con el Minotauro en el centro del Laberinto .
3 y 4 - Lucha de Teseo con el Minotauro .
5 - Minotauro (Asterión).
Hombre con cabeza de toro .....!!?? ....., el cuerpo humano representa a uno mismo , la cabeza al Padre....., Teseo analoga al YO liberándose de la permanente tutela del Pater(su ley) , para ello recorrió el laberinto de los procesos , la intrincada maraña de sus propias conexiones anímicas ....
La lucha en el centro del laberinto es inevitable para quien busque su liberación espiritual..........
Cuando Minos ocupó el trono de Creta , puso a prueba su derecho a reinar , jactándose de que los dioses responderían a cualquier ruego que les hiciera . Dedicó un altar a Poseidón donde hiso los preparativos para el sacrificio y luego rogó que saliese del mar un toro . Inmediatamente llegó nadando a la costa un toro blanco ; Minos quedó tan impresionado de su belleza que lo envió con sus ganados y sacrificó a otro en cambio .
Poseidón decidió vengar la afrenta e hizo que Pasifae (esposa de Minos) se enamorase del toro blanco . Esta confió su pasión no natural a Dédalo quién le construyó una vaca de madera hueca que cubrió con un cuero de vaca , enseñó a Pasifae como se abrían las puertas corredizas situadas en la parte trasera , y así el toro no tardó en montarla de modo que Pasifae vió satisfecho su deseo y a su tiempo dió a luz al Minotauro , monstruo con cabeza de toro y cuerpo humano , llamado Asterión .
Minos consultó a un oráculo para saber como podía evitar el escándalo y ocultar la deshonra de Pasifae . La respuesta fue : "ordena a Dédalo que construya un retiro en Cnossos" . Así Dédalo construye el laberinto en el centro del cual ocultó al Minotauro . Desde allí este monstruo asolaba a los pueblos con el requerimiento de sacrificios humanos .
Teseo ("el que dispone") va desnudo salvo su piel de león , al centro del laberinto cretense de Cnossos donde mata al monstruo de cabeza de toro del hacha doble , la labrys , emblema familiar de la soberanía cretense en la forma de una luna creciente y una luna menguante unidas por la parte trasera , y que simbolizaba tanto el poder creador como el poder destructor de la Diosa.
La que permite llevar a cabo con éxito esta hazaña es Ariadna , hija de Minos y Pasifae . Esta enamorada de teseo decide ayudarlo a matar a su hermanastro .
Dédalo antes de salir de Creta , había dado a Ariadna un ovillo de hilo mágico el que Ariadna entrega a Teseo con las instrucciones sobre la manera de entrar en el laberinto y salir de él .
Debía abrir la puerta de entrada y atar al dintel el extremo suelto del hilo , el ovillo iría desenredándose y disminuyendo a medida que avanzaba tortuosamente hacia el centro .
Teseo debía llegar hasta el monstruo en el centro del laberinto , asirlo por el cabello y sacrificarlo a Poseidón , luego podría volver siguiendo el hilo , que iría enrollando y formando de nuevo el ovillo .
(Mitos Griegos - Robert Graves)

domingo, 7 de enero de 2007

Los Fenómenos del Camino .


El encuentro de la conciencia individual , delimitada estrechamente , pero por lo mismo intensivamente clara , con la enorme extensión de lo inconsciente colectivo , es un peligro , pues lo inconsciente tiene definido efecto disolvente sobre la conciencia . Ese efecto pertenece incluso , según la exposición del Hui Ming King , a los fenómenos particulares de la práctica del yoga chino. Se dice ahí : "Cada pensamiento parcial adquiere configuración , y se hace visible en color y forma . La fuerza total del alma revela sus rastros". Una ilustración de ese libro muestra a un sabio sumido en contemplación , la cabeza flameando con fuego y , saliendo de éste , cinco figuras humanas que , a su vez , se escinden de nuevo en veinticinco más pequeñas . Si se lo estableciera como estado , sería ése un proceso esquizofrénico . Por eso dice la instrucción : "Las figuras formadas por medio del fuego del espíritu son sólo colores y formas vacías . La Luz de la esencia refleja hacia lo original , lo verdadero . "Se comprende por lo tanto por qué se recae sobre la figura defensiva del "círculo protector". Ése ha de impedir la "efluxión", y defender la unidad de la conciencia contra la voladura por obra de lo inconsciente . Además , la concepción china intenta eliminar por debilitamiento el efecto disolvente de lo inconsciente en cuanto designa las "figuras del pensamiento" o "pensamientos parciales" como "colores y formas vacíos", y con ello, los despotencializa en la medida de lo factible . Este pensamiento pasa por todo el budismo (especialmente el Mahayana) y se eleva , en las enseñanzas a los muertos del Bardo Tödol (Libro de los muertos tibetanos) , hasta la explicación de que también los dioses , favorables y desfavorables , son ilusiones que deben todavía ser vencidas.


*Fragmento de : "El secreto de la flor de oro " de C.G.Jung